TITULO ORIGINAL: Napoleon
AÑO: 1955
DURACIÓN: 182 min.
PAÍS: Francia
DIRECTOR: Sacha Guitry
REPARTO: Raymond Pellegrin, Daniel Gélin, Orson Welles, Jean Gabin, Yves Montand, Maria Schell, Erich von Stroheim, Pierre Brasseur, Michèle Morgan, Jean Marais, Luis Mariano, Jean-Pierre Aumont, Maurice Teynac, Jeanne Boitel, Gianna Maria Canale, Sacha Guitry, Jean Chevrier, Jacques Dumesnil, O.W. Fischer, Lana Marconi, Henri Vidal
SINOPSIS: Película biográfica e histórica, que muestra a un líder que cambió el rostro de Europa. Un hombre ambicioso e incansable que fue llamado héroe, gran legislador pero también, tirano. La película pasa de la vida pública a la vida íntima de Napoleón y presenta un continente que se transformó por las guerras.
Napoleón se inicia con la reunión de un grupo de cortesanos, encabezada por el influyente Tayllerant (un rol que Guitry ya había encarnado en la excelente Le Diable Boiteux (1948). En la misma se anuncia la muerte de Bonaparte, elemento que dará pie a la narración del propio realizador / actor, con el particular matiz de hacerlo “como si hubieran pasado cien años” –un artificio narrativo que permite que la película nos relate incluso el destino final de los restos del emperador varias décadas después, a su retorno a Francia-. A partir de ese instante, la película será otra muestra brillante, chispeante, épica por momentos, crítica en otros, en torno a la figura que protagonizará la función.
Una vez más, el realizador galo no se interesará por los aspectos más comúnmente conocidos y resaltados –aunque tampoco los desdeñe-. De nuevo adentrará su recorrido sobre la biografía de Bonaparte, que se iniciará a modo de postal adentrada en una estampa sobre sus primeros años de vida. A partir de ese instante, asistiremos a su singladura biográfica, pero siempre “a la manera” de Guitry, que aparece como si en su cine se brindara una mixtura del Lubitsch de las puertas cerradas, los ingeniosos guiones históricos de Preston Sturges –If I Were King (Si yo fuera rey, 1938. Frank Lloyd)-, o la espléndida combinación de cine – teatro que brindaba el mejor cine de Mankiewicz. No es la primera vez que afirmo que sin la referencia de Guitry, quizá el realizador de All About Eve (Eva al desnudo, 1950) nunca hubiera alcanzado notoriedad como cineasta.
Pero lo que nos interesa en esta ocasión, es comprobar como un hombre ya envejecido como Guitry –que de nuevo confirma ser uno de los mejores actores de todos los tiempos; atención a esa inconfundible voz e inflexiones, imposibles de apreciar con un doblaje-, sabía no solo emerger de un proyecto que en manos menos diestras habría estado abocado al fracaso más absoluto. Por el contrario, se encontraba en un momento óptimo, llevando a cabo el segundo eslabón de esa trilogía sobre su visión sotto voce de la historia moderna francesa –iniciada con citado Si Versailles M’Était Conté (Si Versalles pudiese hablar, 1954) y prolongada con la inmediatamente posterior Si Paris Nous Était Conté (1956). Y dentro de ese recorrido casi exhaustivo sobre una andadura vital que transforma y adapta a su manera, sin por ello saber transmitir quizá como ningún otro cineasta su importancia, su auténtica personalidad, sus contradicciones y su grandeza ante el pueblo francés, lo cierto es que este se expresa como un auténtico placer para paladares exquisitos. Un placer que tiene su base en unos diálogos de venenosa efectividad –confieso haberme carcajeado en no pocas ocasiones ante alguno de ellos-, pero en los que también coexiste –y es algo en lo que cada vez hay que incidir con mayor convencimiento-, una inteligentísima plasmación de cine – teatro, bajo la cual hay que reconocer en la figura de su artífice a un auténtico “autor” en la acepción más “cahierística” posible. Bajo la estructuración de estampas –es algo innegable-, se expone una narrativa precisa, consciente, aguda e inspirada en la mayor parte de su trazado.
No le importaba a Guitry “epatar” con planos de gran complejidad –aunque cuando la ocasión lo requiriera los plasmara-. Realmente, él se sentía cerca de sus personajes, en líneas generales para ironizar sobre sus comportamientos, pero también para mostrarles su cariño –ver la visión que se ofrece de Josefina en los últimos instantes que mantiene con Napoleón ante de separarse de él-. Y, aunque solo sea como ejemplos extraídos al azar que sirvan como ilustración de esta aparente contradicción, citemos esa larguísima panorámica que recorre la inmensa capa que se está confeccionando al poco después proclamado emperador –un movimiento de cámara dotado de una demoledora capacidad crítica sobre la megalomanía del protagonista-, lo que no impedirá que más adelante inserte ese plano que muestra a nuestro protagonista durmiendo en el descanso de una batalla, pertrechado tras los tambores de sus soldados, retrotrayéndonos incluso ecos fordianos.
Pero así era el cine de este francés olvidado, genial e irrepetible, capaz de obviar en el recorrido vital de Napoleón la referencia a su desafortunada invasión española –una simple frase de Tayllerant despacha tal episodio-, e incluso de mostrar con cruel ingenio las negociaciones que en Elba sufrió el reconocimiento de su propio cadáver. Fueron todo ello muestras del ingenio desorbitante de un intelectual que en su vertiente puramente fílmica, siempre se recibe con placer.
AUDIO: Dolby Digital 2.0: Francés
SUBTITULOS: Español