TITULO ORIGINAL: Cani arrabbiati (Edición Vella Vision) (a.k.a. «Semaforo rosso» ; «Rabid Dogs»)
AÑO: 1974
DURACIÓN: 96 min.
PAÍS: Italia
DIRECTOR: Mario Bava
REPARTO: Riccardo Cucciolla, Don Backy, Lea Lander, Maurice Poli, George Eastman, Maria Fabbri
SINOPSIS: Tres desesperados delincuentes, Doctor, Treintaidós y Bisturí, llevan a cabo un precipitado robo matando a varías personas, pero su vehículo queda destrozado en un encontronazo con la policía. En su desesperación, huyen a un garaje para apropiarse de otro coche y toman como rehén a María, una inocente transeúnte. Pese a que la policía les permite huir, los criminales sabes que no tardarán en atraparlos. Es por esta razón, que al llegar a un semáforo en rojo secuestran un nuevo vehículo. Su conductor, Riccardo, es obligado a servirles de chofer. Él tiene que llevar a su hijo enfermo al hospital, pero los asesinos no se lo van a permitir.
En 1974 Mario Bava casi había completado el rodaje de una película que no llegó a la fase de post-producción, ya que el principal inversionista (y como tal, dueño de los derechos de la película) falleció en un accidente automovilístico. Sólo se dieron de manera muy inconstante los primeros pasos para la materialización final de ésta cinta hasta que la llegada de otros proyectos, que llegarían a tener desenlaces tan frustrantes como el de ésta, obligó al cineasta a abandonarla definitivamente. Parte de esta desafortunada racha fue, por ejemplo, la excelente Lisa and the Devil, una de sus pocas obras como guionista que tampoco llegaría a conocerse tal como el director la concibió en su momento. En su lugar, el productor Alfredo Leone decidió ignorar la línea argumental original y reeditarla para insertar una serie de escenas con Elke Sommer, la protagonista, en donde aparecía como poseída demoníaca, por razones mercantiles obvias, y donde fácilmente se puede adivinar el forzado y ridículo resultado. A mediados de la década de los 90, probablemente en 1997, Lea Lender, protagonista de la cinta y entonces a cargo de una pequeña compañía productora, tomó junto a Lamberto, hijo de nuestro autor, la iniciativa de rescatar esta obra, a la que lo único que faltaba sería una especie de preludio que nunca se rodó. Como introducción en su lugar se optó mejor por un plano rarísimo que consta de la sombra de una mujer llorando, proyectada en una ventana vista desde el exterior, sobre el cual correrían los títulos. Dicha estrategia sólo parecía sugerir lo que en otro caso se hubiera telegrafiado en una trama lo suficientemente acabada como para precisar de mayores especificaciones. De esa forma salió a la luz en el momento menos pensado la obra más singular de nuestro director: Canni arrabbiati (Perros rabiosos, 1974).
Muchos discutirían dicha singularidad respecto a las otras películas que hizo nuestro autor. Al igual que en sus obras más conocidas Reazione a catena (A Bay of Blood, 1970) y Sei donne per l’assassino (Blood and Black Lace, 1966), el único motor de sus personajes es el dinero, ante lo cual no parece necesario delinear una patología demasiado compleja para hacerlos capaces de los crímenes más horrendos. Esto pareciera acusar una falta de profundidad caracterológica, aunque es bien sabido que un puñado de billetes es la razón más factible para que alguien le quite la vida a otra persona. En este contexto tan común en sus obras, Bava también se toma la facultad de prescindir de protagonistas y antagonistas, a quienes solemos discriminar en la medida que nos simpaticen o nos caigan gordos. Aquí todos los personajes son seres anónimos que no precisan estrechar lazos emocionales con sus semejantes ni con el público, cuya supervivencia se cifra únicamente en ser quien haya logrado la mayor ventaja sobre los demás a través del cálculo frío, y no las emociones desbordadas de los villanos sociópatas que vemos con más frecuencia. La naturaleza altamente competitiva de éstos no deja otra alternativa mas que la violencia como dinámica de convivencia, y la conveniencia como la única alternativa al vínculo afectivo. Aquellos que pierden el control de sus actos en pos de sus bajas pasiones, o sus reacciones instintivas más inmediatas (inclusive la de supervivencia), son los primeros que sucumben. Tal es el caso de «32», interpretado por el excelente actor con una expresión ocular verdaderamente aterradora y delirante llamado Luigi Montefiori, quien pasó a ser conocido como George Eastman en las películas de sus prácticamente compadres Joe D’Amato y Enzo G. Castellari, con quienes colaboró en diferentes cargos durante el grueso de su carrera cinematográfica.
Sin embargo, Bava deja los artificiales paisajes y coloridas luces de los estudio para salir a la calle, a bordo de un auto, a filmar una película sin ningún elemento sobrenatural ni de misterio (en el sentido de género que desde los tiempos de Edgar Allan Poe se le ha dado). El grueso de la trama se desarrolla en el interior de dicho auto, que no se detiene mientras corre a toda velocidad. La evolución de los personajes se da a medida que el espacio donde interactúan se va apretando cada vez más, el cansancio y otras necesidades básicas van haciendo mella en sus ánimos, y la desconfianza entre ellos crece a medida que se van dando cuenta que no comparten un interés común. Bava luce aquí una estricta economía de medios al lograr estabilizar sus imágenes dentro de un vehículo en movimiento, que de cualquier modo lucen crudas e improvisadas en gran parte por la abstención total de otra iluminación que la del sol.
Se antoja una hazaña ver como a través de las ventanas se pasan de largo los paisajes a la orilla de la carretera sin evidencia de que éstos estén superpuestos a través del conocido truco del bluescreen. Es inusual la abundancia de ángulos que Bava logra abarcar en tan breves dimensiones, y la cantidad de movimientos y expresiones que sus actores ahí logran en pos del dinamismo dramático. Es bien sabido que a partir de Last House on the Left de Wes Craven y A Clockwork Orange de Stanley Kubrick, de las que nuestra obra toma elementos muy específicos, la representación de la violencia en pantalla se hizo irreversiblemente más explícita. Bava sigue un modelo más velado, valiéndose ésta vez en aras de la crudeza que su obra acusa de cualquier modo a la violencia verbal, sin recargar sobre el diálogo la sustancia de la obra. La víctima femenina es sometida a las más crueles humillaciones y tormentos que una mujer podría soportar, y en esos términos el espectador se conduele con ella, sin que eso signifique que la actriz tenga que aparecer desnuda o padecer ninguna afrenta sexual evidente por capricho del director.
El movimiento constante en medio del cual la historia se ubica no debe tomarse sólo como un experimento bien logrado en pos de probar las posibilidades del cine en éste medio. Constituye también un elemento alegórico, aunado a los close-ups de relojes, a la participación pasiva del personaje de un niño, que debe ser llevado urgentemente al hospital y que permanece constantemente sedado, al calor sofocante de los veranos italianos, y al estrechamiento progresivo de las posibilidades que tienen nuestros ladrones/secuestradores de salir limpios de su hazaña por sus propios errores.
AUDIO: Dolby Digital 2.0: Italiano
SUBTITULOS: Español